El descontento social producto de los hechos violentos que azotan nuestra ciudad no se ha hecho esperar. La indignación compartida por los habitantes de Ciudad Juárez crece día a día, acuciada por la impunidad y la tibieza gubernamental. Aun no sabemos si nuestras palabras encuentran quien las escuche.
De diferentes formas, nuestro pueblo lucha por hacerse escuchar. El repudio se expresa a través de múltiples voceros y hermana al grueso de los juarenses: instituciones educativas se preocupan por encontrar a estudiantes desaparecidos, empleados de la Universidad Autónoma de Juárez se coordinan para suspender sus actividades y manifestar su inconformidad a través de silbatos; algunos estudiantes universitarios realizan vigilias por la paz, otros colocan mantas y carteles exigiendo justicia y solidarizándose con las víctimas de la violencia, en la Universidad Autónoma de Chihuahua recuerdan a amigos y profesores caídos enviando al cielo globos blancos. Grupos religiosos publican particulares mensajes en un afán por persuadir a los malhechores de que abandonen sus prácticas. Nuestras bardas, banquetas y calles se cubren de mensajes: algunos exigen, otros imploran.
Las escasas visitas realizadas por el presidente de la República, Felipe Calderón, atraen tanto a jóvenes como adultos: amas de casa externan sus inconformidades, nuestros niños piden paz. Nuestros jóvenes claman justicia, denuncian el abuso al que estamos sometidos y exigen un nuevo orden político que respete las garantías individuales.
Las marchas multitudinarias son desfiles de originalidad: algunos se disfrazan de militares y sicarios, otros del presidente, algunos se arrojan al suelo y fingen estar muertos: todos hacen mofa de una realidad que supera la ficción, una realidad a la que no queremos acostumbrarnos. Estos eventos reúnen a amplios sectores sociales, obreros, profesores, campesinos, madres sin hijos, todos pedimos justicia, todos imploramos paz: estamos hartos de vivir en estado de sitio.